El Tiempo de Hacerse al Ser
Eric Laurent
Hace
falta tiempo; el enunciado con lleva su parte de imperativo. Que "haya que", suena como un
imperativo ético. Incluso se le ha
podido hacer un reproche a Jacques Lacan de no dar lo suficiente. Hace falta tiempo, cierto, pero no más que el
que hace falta. Su necesidad está
estrictamente definida en la enseñanza de Lacan: «El tiempo que hace falta para
hacer huella de lo que desfallece al ocurrir antes»1.
Querría
subrayar la fuerza de la tesis que hizo de la identificación del sujeto una
función temporal. Desde el principio de su enseñanza, el tiempo
lógico aparece como un tiempo para realizar el ser, para hacerse al ser. Digámoslo, Lacan,
con Husserl, medita sobre Descartes.
Retiene que sólo lo cierto depende del
sujeto mientras que todas las hipótesis científicas no tienen más que una
cierta probabilidad. El ámbito
propio del sujeto es el de la certeza, y Lacan trae el concepto de realización
de deseo en el sueño del lado de esa certeza, con una paciencia digna de
figurar en el azur.
Releamos primero el artículo prínceps: «El tiempo lógico y la
aserción de certeza anticipadas» para persuadimos de ello. El tiempo lógico es ante todo un modo de
aserción de la certeza subjetiva. Se
distingue ahí cuidadosamente la solución perfecta del sofisma y su solución
verdadera como dependiendo una del cálculo sincrónico y la otra de un cálculo
incluyendo el tiempo. En la solución
verdadera, las modalidades de la certeza se articulan en tres tiempos.
La primera modalidad es una modalidad impersonal en una matriz
indeterminada donde se anudan ser y saber. «Al estar frente a dos negros, se
sabe que se es blanco.» Se está frente a dos discos negros, modo
impersonal. Para esta causalidad acéfala
que se trama, Lacan da un fundamento sintáctico, señala que ese modo es
cuasigramatical como el que liga prótasis y apódosis. Recordemos que protasis y apódosis dependen
de una figura de estilo que consiste en invertir la principal y la subordinada. El ejemplo más simple es la expresión «Si tú
quieres, él se irá». El desplazamiento
de la subordinada acentúa el lugar de la causa.
La segunda modalidad del tiempo es descrita como otra
consideración del semejante, es una dimensión imaginaria la «de los sujetos
indefinidos salvo por su reciprocidad».
El je de la segunda modalidad no se calcula más que a partir de un
ajuste de los semejantes. «Yo no puedo ser negro pues si no B y C no tardarían
en reconocerse como blancos».
Sólo en la tercera modalidad surge el juicio y la estructura esencial
de un je. Hasta aquí hay tensión, luego
en el horizonte de la certeza conclusivo «la tensión del tiempo se invierte en
tendencia al acto». Se introduce ahí la
función esencial del je psicológico, su anudamiento a lo cierto. Sin embargo, en el texto de 1945, la
conclusión conlleva su parte de misterio.
Tiene la apariencia de ser explícita, pero ¿lo es verdaderamente? La certeza se presenta como conclusivo, desde
luego, pero hay que señalar su carácter siempre anticipado, es decir suspendido
del Otro.
Es lo que parece indicar Lacan cuando formula esta conclusión en
1964: «La aparición ocurre entre los dos puntos, el inicial, el terminal, de
este tiempo lógi-co, entre ese instante de ver donde algo está siempre elidido,
véase perdido, de la intuición misma, y ese momento elusivo donde,
precisamente, la captación del inconsciente no concluye, donde se trata siempre
de una recuperación engañosa»3. De
hecho, a partir de la perspectiva ahí abierta, no es el inconscien-te el que
concluye, es otra cosa. Lo que
verdaderamente va a concluir es el goce, la parte de goce no aún tematizada
como tal, que vendrá a inscribirse explícita-mente en el Seminario Encore,
donde la prisa es puesta en equivalencia con el objeto a. Hace algunos
años Jacques-Alain Miller había señalado su alcance4. Si el inconsciente asegura una pérdida, la
cuestión de la conclusión es la de la recu-peración que ahí se lleva a
cabo. Cuando el niño come el significante,
le hacen falta dos, Fort/Da, como había blanco y negro. En el intervalo de los dos aparece la Madre
que se va, llevándose consigo el secreto del goce. Al niño le queda la bobina, pronto
reemplazada por su cuerpo frente al espejo y el objeto extraído de su cuerpo. A Lacan le hizo falta reescribir el «tiempo
lógico» para recentrarlo en una conclusión que lo fuera verdaderamente.
Lo que hay en primer lugar es la sincronía significante. Después está la iden-tificación. Por ahí el sujeto se introduce o no, y no se
identifica más que por una pulsación primordial «efecto de lenguaje (... ) el
sujeto traduce una sincronía sig-nificante en esta primordial pulsación
temporal que es el fading constituyente de su identificación»5. Así, hace falta tiempo para que los dos
significantes se separen y sean marcados.
Luego es el tiempo para el sujeto de devenir el significante bajo el
cual sucumbe. «( ... ) Antes (... ) que desaparezca como sujeto bajo el
sig-nificante que deviene, no era nada.
Pero ese nada se sostiene de su advenimiento producido ahora por la
llamada hecha en el Otro al segundo significante»6. El sujeto está entonces dividido entre dos
significantes. Entre los dos, no «se» es
nada. El advenimiento del sujeto sigue
el camino del «se» al «nada». Ese nada
es el que será calificado por Lacan prét á parler, igual que en otro lugar
evoca el «prét-á-porter». El
«prét-á-porter» tiene un sentido, viene a perpetuar el «prét áparler». La causa «perpetúa la razón que subordina al
sujeto al efecto de signifi-cante»7.
Doble movimiento por donde la causa perpetúa la desaparición del «prét á
parler», su desvanecimiento al «no ser más que un significante»8. La pul-sación es ese doble movimiento, queda
entonces la búsqueda de la parte perdida del «prét á parler»: ¿cómo recuperarla
sin que aparezca de repente la dimensión de engaño?
Lo que es seguro es que algo ha desfallecido al ocurrir
antes. Desfallecido en el doble sentido
del defecto y del defecto de lo verdadero.
Ahí está el abismo donde el sujeto echa su parte perdida y apuesta por
el intervalo entre dos signifi-cantes, lugar que aton-nenta entonces la
metonimia radical del deseo.
Falta-de-ser e intervalo van así a seguirse en un intento de
recubrimiento imposible de un corte. ¿Se puede correr más deprisa que la
metonimia de la falta-en-ser? Cada uno
lo intenta alojando su parte perdida en la que cada uno persigue. Leeremos como esta carrera deja huella en la
versión de la paradoja de Zenón que propone, para el psicoanálisis,
Jacques-Alain Miller9. Hace falta tiempo
para hacer la hue-lla de esta carrera donde el deseo se abisma y en la que
intentamos retirar la parte perdida y vislumbrada del ser de goce.
Hace falta tiempo en la neurosis para hacer la huella del deseo,
con modali-dades diversas. Hay el tiempo
de las formaciones del inconsciente, el tiempo de ver que se impone en un sueño
como el destacado por Freud, del que Lacan ha hecho un paradigma: «Padre, ¿no
ves que estoy ardiendo?». Es ahí donde
el padre vislumbra sus propias faltas y el infierno en donde arde. Estos panoramas se nos abren en cada una de
nuestras pesadillas. Hay que distinguir
ahí, el tiem-po del fantasma que es la fijación de la relación donde el deseo
se mantiene. En la histeria, fijación a
la otra mujer en un lazo donde sólo subsiste el deseo. En la obsesión, fijación, a pesar de todo,
alter ego que se hace el depositario de la parte perdida de goce que le
corresponde. Hace falta tiempo para
explorar este laberinto y que pierdan su prestigio esta otra mujer y este otro
hombre que cuen-tan tanto. Desde ahí se
desnuda el lugar de garante del goce del padre.
Hacerse al ser no es someterse a los imperativos de la pulsión:
hacerse ver, hacerse cagar, hacerse oír, hacerse tragar, bajo su ley de
bronce. Hacerse al ser es saber
hacérselas con ese ser. Con la exigencia
pulsional que no cesa nunca es necesario que algo nuevo advenga. Cesar de ser suficientemente injurioso para
empujar al Otro a que os expulse. Lo que
no se obtiene, por ejemplo, en el caso del Hombre de las ratas. Dejar de estar hipnotizado por el Otro, de
paralizarse bajo su mirada por el esfuerzo de hacerse ver. Se trata más bien de soportar ser visto y no
quedarse más en la sombra. Dejar de
aullar para retener al Otro y temer no hacerse oír. No sostener que la voz pueda no ser más que
tirano y no razón. Cesar la impaciencia
voraz por la que el sujeto se ofrece a ser devorado. Hacerse al ser en suma, es saber hacer con la
pulsión que no cesará jamás de ser vivida después de la travesía del fantasma,
sea esta cual sea...
No es únicamente en la neurosis donde se despliega este tiempo. Qué bello ejemplo clínico el de Gide, podemos
leer sobre ello el artículo de Jacques Lacan y el comentario de una lectura
fecunda en La Causa freudiana. La
construcción de la salida de Gide, fuera de análisis, es una construcción de
prácticas por donde se hace a su ser de goce.
Sigue a la huella esta parte perdida de él mismo: el niño merodeador de
grandes caminos. ¡Cuánto tiempo!, ¡cuánto trabajo le hace falta! Como le haría falta para hacerse a la pérdida
de sus cartas y de su mujer. A un
analizante, le será necesario deshacerse poco a poco de la elección del
hermano, siempre reivindicada frente a un padre denunciado como ridículo,
mentiroso, desprestigiado, impotente para satisfacer a la madre. El sujeto se ago-taba en hacer saber a todos
los representantes del padre con los que podía cru-zarse, que se quedaba en la
posición de darles lecciones, una lección muy parti-cular. Siempre insistía en decepcionarles en el
punto más álgido y demostrar de un modo brillante que podía abandonarles para
precipitarse en los brazos de her-manos anónimos y demostrar su saber hacer con
la pulsión.
En lo que concieme a la psicosis, aprendamos de la lectura que
hace Lacan de las memorias del Presidente Schreber. El tiempo que le hace falta para hacer-se a
la solución que le anuncia su inconsciente.
Primero es «prematura», señala Lacan, hará falta que se haga a ello, es
decir que muera con sujetolo. Esta
«muerte del sujeto» de 1958 hay que acercarla al desabonarse del inconsciente
en Joyce, aislado en 1975. Hay que
reunirles también bajo el rótulo del «hacerse al ser» generalizado.
A Freud mismo le hizo falta tiempo para hacerse a su
descubrimiento y afir-mar el más allá del principio del placer, tiempo también
para superar una gran inhibición supersticiosa para poder viajar al fin, como
todo el mundo, a Roma y poder encamar ahí los estratos temporales del
inconsciente. Lacan, por el contra-rio,
se encontraba perfectamente cómodo entre sus calles, sus fuentes, sus
igle-sias. He aquí un bello ejemplo de
un saber hacer uso de los semblantes creados en el Nombre del Padre, sin por lo
tanto creer en ellos. Estar cómodo en
Roma no es estarlo en el Vaticano. Cada
uno de los viajeros retiene una visión de Roma para sostener ahí su
reflexión. Sólo retendré una, la del dormitorio
del papa Pablo 111 Famesio, en sus apartamentos del «Cháteau Saint Age». Hay que verlo cubierto de las imágenes de las
aventuras de Psiché y de Amor. Psiché,
Venus y sus seguidoras son aún más directas y encantadoras que las de la
Escuela de Fontainebleau. También hay
siempre que guardar en la memoria que no es el retiro de un guasón. Es él quien reformó la Iglesia con el
Concilio de Trento y le aseguró el paso a la modemidad después de que muchos
fracasaran. La antecámara de sus
apartamentos lleva su divisa, tomada del imperio Romano a través del
neoplatonismo: ¡Festina lente! ¡Apresúrate lentamente! ¡Magnífico oximorón!
La función de la prisa se vislumbra a través de la prisa
lenta. He aquí una dimensión del acto
analítico más fundamental para el advenimiento del sujeto que el así llamado
encuadre fijo. El tiempo es la dimensión
de la realización del sujeto, hace síntoma y hace transferencia. Por ello hay un tiempo de la transfe-rencia
distinto de la repetición. Es también lo
que nosotros decimos cuando tra-ducimos, con Lacan, Durcharbeitung por trabajo
de transferencia y no por repe-tición de transferencia.
Traducción: Carmen Cuñat
Notas:
(1) LACAN J.,
"Radiophonie", in Scilicet 2/3, París, Seuil, 1970, p. 80.
(2) LACAN J., "Le
temps logique ou l'assertion de certitude anticipé, Ecrits, París, Seuil, 1966,
pp. 197-214.
(3) LACAN J., Le
Séminaire, livre XI, París, Seuil, 1973, p. 33.
(4) MILLER J.A., cours
de juin 1986, inédit.
(5) LACAN J., Ecrits, op.
cit., p. 835.
(6) Ibid., p. 835.
(7) Ibid., p. 839.
(8) Ibid , p. 840.
(9) MILLER J.A.,
"Un paradoxe pour la psychanalyse", Letterina, bulletin de
l'ACF-Normandie,
n' 3, 1993.
(10) LACAN J., Ecrits,
op. cit., pp. 566-67.
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